FEMA, ARRA, y nuestra historia con los fondos federales

Son muchos en Puerto Rico, los que conscientes o inconscientemente esperaban que el paso del huracán Irma, traería miles de millones de dólares a la atribulada economía puertorriqueña.

 
Todavía existe el recuerdo, de los $4,000 millones que nos envió la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA por sus siglas en inglés), luego del paso de Georges, que tuvo un impacto adverso en la economía de $6,000 millones. Algunos políticos cumplieron cárcel por el mal manejo de esos fondos, que eran para auxiliar a los afectados por el huracán que nos golpeó con furia.
Aquella inyección, ayudó un poco a la economía local durante los últimos años de la boyante década de los noventa. Más adelante, en el 2009, el gobierno federal volvió a enviarnos $7,000 millones, como parte de un programa de rescate, luego del colapso financiero del 2008.
 
Ese dinero ayudó en algo, a estabilizar la economía local que enfrentaba un proceso de ajuste fiscal y el colapso de tres bancos locales. Desde entonces, la economía se encuentra aún una especie de “caída libre” que se agravó luego de la degradación a “chatarra” del crédito en el 2014.
 
Ingenuamente, el anterior gobernador, Alejandro García Padilla, mal asesorado, o preso de la ignorancia, decidió agravar el panorama al declarar impagos de la deuda, y agudizar su actitud de desafío hacia la comunidad financiera. Los ilusos que lo asesoraban buscaban un tercer rescate del Departamento del Tesoro Federal, de un gobierno quebrado por décadas de malas decisiones fiscales.
 
El rescate nunca llegó, el Congreso temiendo un colapso total de las finanzas del gobierno puertorriqueño, decidió enviarnos una Junta Fiscal, integrada por siete síndicos. De haberse legislado un rescate financiero, la cifra que estimé de dinero que hubiese necesitado Puerto Rico, ascendía a $10,000 millones.
 
Hoy, doce meses después de la aprobación de PROMESA, que impuso una sindicatura sobre el gobierno de Puerto Rico, persiste una actitud de petición de más ayuda federal, de que el Congreso nos salve, aún, cuando no hemos decidido poner la casa en orden.
El deseo de que un huracán nos parta en mil pedazos, para ponernos en condición de un rescate de FEMA, me parece que simboliza la tragedia de una psicología insular de dependencia a la ayuda externa. Sentarnos a esperar un rescate del gobierno federal, solo perpetúa el deterioro económico y de todo el aparato productivo que muestra síntomas de desgaste, luego de una década en depresión.
 
El Congreso acaba de aprobar un paquete de 15,000 millones para inyectarle dinero a FEMA, que está pleno proceso de rescate de ciudades en Texas, donde otro huracán golpeó con fuerza destructiva. Con toda probabilidad, luego del paso de “Irma” por Florida, FEMA tendrá que ir a socorrer a ciudades en ese estado.
 
Mientras nuestra crisis fiscal se agrava, no podemos olvidar que hay estados y ciudades, con problemas financieros como Illinois, y Hartford, que igualmente pudiera reclamar ayuda. No perdamos de perspectiva, que también tenemos un Congreso divido y políticamente disfuncional, y un presidente racista y xenofóbico, para el cual no somos parte de la “América Grande” que el aspira a construir.
 
En fin, no olvidemos que estamos solos, y enfrentamos por primera vez, la posibilidad de construir nuestras propias soluciones a nuestros problemas.
 
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